Hay tanto de este nuevo Chile en tu mirada, amigo Negro, Negro Matapacos, del Chile acribillado de arriba hacia abajo, del Chile que despierta acosado por la rabia, amigo perro, amigo quiltro, imagen viva de un país que se ha convertido en la extensión de tu fiereza, de tu rabia desatada con pasión y simpatía ante el hartazgo del crimen oficial, ante la represión estúpida de los que portan las armas.
Hay tanto de las calles que pisaste, de los rostros que observaste, en el pelaje negro de tu imagen que se alza como estatua, negro intenso, callejero y brillante, amigo Matapacos, que hoy el pueblo te designa espontáneamente como el símbolo de una movilización que de pronto parece una procesión. La Plaza Italia, las plazas de armas de todo pueblo se han convertido en el templo impensado, templos apestados de gases lacrimógenos, mugrientos, de pimienta absorbida por los ojos de los simples, templos gozosos de rondas en torno a barricadas eternas, templos en los que tu rostro dibujado, valiente, de perro chileno más básico, simpático, parece ser el de una virgen. Pero tú no eres la virgen de esta procesión, Negro Matapacos; porque tu presencia amada no es divina, porque tu hocico está abierto en pie de guerra, guerra de amor, de unidad, con los de más abajo; porque las vírgenes no muestran los dientes a la policía; porque tu testimonio carece de pureza y pulcritud; porque tu mensaje carga con el polvo, la dureza, el pecado, las imperfecciones de la calle, de los barrios, de los cabros vulnerables, las chiquillas que defendiste de Carabineros en 2011, de las viejas pensionadas que sonríen al verte porque se ven reflejadas en la esencia de un cholo que hace frente a lo que viene, con choreza irrefrenable, porque aquí ya no se pierde nada.
No eres una virgen para adular en los altares, Negro Matapacos, junto a joyas y devotos; eres pueblo, Parque O’Higgins, Bellavista, bandejón de la Alameda, poblaciones y patios de universidades, eres todos los pañuelos rojos, los verdes y los púrpura que quieren decir algo. Eres tanto Chile enrabiado, Matapacos, que hoy te has convertido en principal producto de exportación, uno que exporta dignidad. El emblema del Chile real, el que quisieron ocultar, el que viola los derechos humanos, el icono que muestra a Nueva York, al mundo, que acá también se lucha, sin luces ni líderes salidos de la élite. Se lucha con la carga de décadas de democracia fallida que colmaron la paciencia de una nación hecha de lo que siempre fue, aunque se maquillara con el plástico de una tarjeta, una nación de perros quiltros. Gracias, Negro Matapacos, por decirlo con tu sola mirada, tu sola mordida al agua tóxica esparciéndose en el aire. (El Desconcierto).